La mentalización es un término que se ha ido integrando bastante en los últimos años en psicología clínica y que si bien es bastante utilizado en el mundo de l@s psicólogo@s clínic@s suele ser bastante desconocido para la mayoría de las personas. Les comparto acá una explicación que realicé para poder ayudarles a familiarizarse con un concepto que me parece que aporta mucho a comprender los vínculos que establecemos desde la niñez.
Para comenzar en general, existen dos formas en que una persona puede ser regulada emocionalmente, la más básica es la vinculada al apego que establecemos con nuestros cuidadores, y la segunda forma de ser regulados es a través de la mentalización.
La mentalización “supone interpretar la conducta de uno mismo y de otros en términos de estados mentales intencionales, tales como deseos, sentimientos y creencias” (Martinez, 2010, p. 2). Es decir, puede comprenderse como la capacidad de poder pensar respecto de la actividad mental propia y de otros, asociándose con el percibir e interpretar los estados mentales propios y del otro, de las necesidades, deseos y sentimientos que se pueden estar teniendo. Esto incluye el poder imaginar la intencionalidad que cada persona tiene, poder ver qué hay detrás de una conducta en particular, en qué estará la persona, cuáles son sus motivos, etc.
Esta capacidad también tiene que ver con la función reflexiva de cada uno, de poder elaborar en nuestra mente lo que hay en la mente del otro, siendo una habilidad aprendida donde quienes nos han cuidado, sobre todo en nuestra infancia, han jugado un rol fundamental, moldeando nuestra capacidad de poder pensar o no sobre nosotros mismos.
Esta función reflexiva es la modalidad operativa de la mentalización, es la forma en que vemos que la mentalización es llevada a la práctica. En muchas ocasiones, los cuidadores cometen errores al momento de mentalizar, esto parte por la capacidad de “espejear”, de reflejar el estado del otro: “En algunos casos el “espejamiento” puede ser demasiado exacto o demasiado real, como por ejemplo una madre que responde al miedo de su hijo con su propio miedo, más que con una representación del miedo del bebé. En otros casos, puede que los padres marquen el afecto del infante, pero en una forma no contingente, creando así una falsa representación de la emoción del niño” (Martinez, 2010, p. 3).
Una persona que no ha sido “mentalizada” le cuesta mucho pensar respecto de los estados de otros, ya que no ha aprendido tampoco a ser pensada, a generar una reflexión respecto de lo que le está pasando, a poder tener un espacio para la introspección, elemento tan necesario para una capacidad como ésta. En este caso suele haber cuidadores que no fueron reflexivos con quienes estuvieron a su cargo: “ (…) tales cuidadores no reflexivos y con fallas en la regulación afectan el desarrollo del self del infante de manera muy profunda, particularmente cuando estas fallas de sintonía o insensibilidad son crónicas y el niño es forzado a internalizar los estados mentales distorsionados como si fueran una parte de sí mismos” (Martínez,2010, p. 3).
Por el contrario, “un cuidador reflexivo incrementa la probabilidad del apego seguro del niño, el cual, a su vez, facilita el desarrollo de la capacidad de mentalizar (Fonagy, 1999, p 10). La capacidad de mentalizar es desde esta perspectiva, “ (…) un logro del desarrollo que se da en el contexto de un vínculo afectivo seguro” (Martinez, 2010, p. 98).
De esta manera, el sólo poder pensar en lo que le pasa al otro sin integrar lo propio, no sería mentalización, sino más bien una “acomodación patológica”, es decir, una forma de acoplarnos, estar pendientes y terminar funcionando en relación al estado del otro pero sin la conexión con lo que nos pasa a nosotros, integración necesaria para hablar de mentalización.
En ello, ”el cuidador que reconoce al niño como una persona separada con sus propias motivaciones, deseos y necesidades, demuestra tener capacidad de mentalización. Esta capacidad de mentalización del cuidador le permite al niño desarrollar un sentido firme de la propia identidad y comprender las motivaciones, deseos y necesidades, propias y de los demás, como elementos separados inde- pendientes pero negociables” (Ogden, Minton y Pain, 2006, p. 5).
En este sentido, necesitamos que la función de poder pensar respecto de los estados mentales sea propia y para con otro, se necesita una conexión con ambas partes y de esta manera la integración de poder pensar en ambos aspectos permite dar cuenta que se está dando está capacidad.
Asimismo, dentro de lo que entendemos por mentalización cabe puntualizar que no basta con solamente pensar respecto de lo que le pasa al otro o incluso a uno, pudiendo caer en el “asumir”. Es necesario poder corroborar nuestras hipótesis respecto de lo que a uno y/o la otra persona le puede estar pasando. Poder preguntarnos si el bebé tendrá hambre y chequear ofreciéndole comida o a alguien con el lenguaje más desarrollado, en otra situación, poder preguntar: ¿tienes pena? ¿lloras porque pasó esto?.
En esta línea, este estar atentos, alertas, pendientes, corroborando, necesita de un espacio de tranquilidad y disponibilidad emocional de parte del cuidador para poder ser llevado a cabo. Asimismo, también se necesita poder ver en qué está ese cuidador, qué hemisferio tiende a utilizar cuando conecta con quien está mentalizando, ¿conectará más con el hemisferio derecho o el izquierdo? ¿qué está primando en la forma de pensar del cuidador, la confianza o la desconfianza? ¿tiende a haber una visión desde la seguridad o la inseguridad? Todas las respuestas que podamos ir teniendo de estas formas, nos van entregando pistas de cómo se va construyendo la mente de cuando somos infantes, dado que nuestros cuidadores son nuestra principal fuente de conocimiento durante mucho tiempo.
Si bien las figuras que tuvimos en nuestra infancia suelen ser las más relevantes y a veces determinantes en el proceso de mentalización, tenemos muchas oportunidades en nuestra vida de poder resignificar y cambiar nuestra experiencia con otras posibilidades de vínculos. Es así como las parejas, amistades o vínculos terapéuticos pueden ser reparadores y dar una oportunidad de reaprender respecto a la forma que nos pensamos y reflexionamos en relación al mundo.
El objetivo no es que haya que ponerle nombre a todo lo que está pasando, sino que a poder conectar con el otro, que haya una base de conexión desde la cual interactuar y dar una base de que soy comprendido, entendido en este mundo y que si no lo soy completamente, está la intención y el deseo de que eso se logre y de que mi cuidador pueda reparar y resolver si ocurren descoordinaciones o malos entendidos.
La mentalización implica por lo tanto, un proceso complejo que no siempre es realizado completamente bien, es esperable que exista un margen de error, y parte de eso tiene que ver con el desafío que enfrentamos dada la ansiedad que muchos sentimos en lo cotidiano y que debemos aprender a regular, sino es llevada a distintos síntomas.
El rol del terapeuta, en este sentido, es muchas veces la de reestablecer una sensación de seguridad básica, en distintas ocasiones el paciente no va a poder llevar al lenguaje lo que le pasa y ahí es necesario poder partir desde el cuerpo, para poder primero otorgar una sesión de seguridad y confianza en el otro, para construir un espacio en el que se puedan desplegar las angustias y ansiedades que pueden estar ahí sin ser simbolizadas, comprendidas ni integradas.
Es relevante poder integrar a lo anterior, que la mentalización se puede dar de manera explícita e implícita y los efectos que ello conlleva también a la práctica terapéutica: ”(…) mentalizamos explícitamente cuando pensamos reflexivamente acerca de las acciones de los otros y de nosotros mismos. Es un proceso relativamente consciente, reflexivo, deliberado y no inmediato. Por el contrario, mentalizamos implícitamente cuando interactuamos intuitiva e irreflexivamente. Es un proceso inconsciente, procedural e inmediato (Allen & Fonagy, 2002 en Martínez, 2010, p. 5).
Aunque habitualmente nuestra atención terapéutica está volcada hacia la explicación, el acto psicoterapéutico está fundado sobre la mentalización implícita. Es a través de este proceso implícito que el terapeuta compromete al paciente en una potencial relación terapéutica (Martinez, 2010 p.5 )
En este proceso, el desarrollo cognitivo no es suficiente, tiene que ver con cómo hemos sido cuidados, y en este sentido poder integrar los aspectos emocionales que quedan muchas veces sin ser integrados.
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Bibliografía
- Martínez, C. (2010). Mentalización en Psicoterapia: Discusión Sobre lo Explícito e Implícito de la Relación Terapéutica. URL https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-48082011000100010
- Ogden, P., Minton, K., Pain, C. (2006). El trauma y el cuerpo: un modelo sensoriomotriz de psicoterapia. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer
Si bien es cierto, que la base de una mentalización afectiva y efectiva. Vienen desde los modelos que tenga cada cuidador. Pero me he encontrado con pacientes que no han logrado establecer parámetros de una adecuada mentalización, o una mentalización positiva desde la infancia. Y está la han conocido con el correr de las experiencias de vida.
Desde el punto de vista cognitivo, se podría interpretar que existe o existió un retraso en el conocimiento y aplicación de este.
Creo que nunca es tarde para poder concientizar el pasado, modificar el futuro, desde una mentalidad imaginativa. Enfocando, el cómo interpretó el comportamiento humano desde la propia visión tardía y asertiva.
Te abrazo Dani a la distancia.
Hola querido Pedro! Gracias por tu aporte. Sobre lo que comentas, claro, eso es algo que justamente también explico en este párrafo
«Si bien las figuras que tuvimos en nuestra infancia suelen ser las más relevantes y a veces determinantes en el proceso de mentalización, tenemos muchas oportunidades en nuestra vida de poder resignificar y cambiar nuestra experiencia con otras posibilidades de vínculos. Es así como las parejas, amistades o vínculos terapéuticos pueden ser reparadores y dar una oportunidad de reaprender respecto a la forma que nos pensamos y reflexionamos en relación al mundo».
Los cuidadores tiene un rol muy relevante pero no es totalmente determinante, a través de otros vínculos que tenemos en la vida podemos, afortunadamente, experienciar relaciones donde puedan espejearnos y finalmente mentalizar adecuadamente.
Un abrazo también!