Frecuentemente me pasa, que al atender pacientes o hablar con cercanos, hay un tema que se repite cada cierto tiempo, que se podría resumir en: “no sé de qué hablar con los demás, no tengo tema”.
Cuando estamos frente a otros muchas veces sentimos la responsabilidad de plantear un tópico, de hablar de algo en particular, que haya algo interesante de qué conversar. Me acuerdo haberme pillado a mí misma también con este temor en algunas oportunidades y haberme presionado a contar algo de lo que después me arrepentía de haber develado. Recuerdo en algún momento hasta haber leído una columna del diario o revista para que al encontrarme con alguien, a quien no veía hace un tiempo, pudiéramos tener de qué hablar (confieso haber escrito en una ocasión hasta un listado de temas, insólito, jeje).
En ese sentido, muchas veces puede darse una suerte de presión de tener que exponer algo, de tener la responsabilidad de mostrar un tema “interesante” para que podamos establecer una conversación y así vincularnos…
Así a veces pasa, que el “premio” social por así decirlo, lo llevan quienes son más extrovertidos, el que cuenta el chiste, la talla rápida, la anécdota inolvidable, el argumento potente. Y si bien es genial cuando eso pasa e incluso cuando una misma adopta ese rol, hay algo de lo que nos perdemos cuando el esfuerzo va solamente en ese sentido, en el tener que mostrar y expresar de adentro hacia afuera.
Me llama la atención que muy recurrentemente una no termina de hablar y alguien ya te quiere interrumpir porque tiene muy pensado qué decir (incluso quizás sin haber escuchado al que habló antes y quizás ya está exponiendo una idea o sentir similar), y debo reconocer que a veces realizo el mismo desagradable hábito. Aunque agradezco que me estoy haciendo consciente.
Es así como me pregunto: ¿qué tipo de diálogos estamos teniendo si principalmente nos ocupamos del mostrar, expresar ,exteriorizar? ¿cómo nos estamos comunicando si apenas escuchamos y si lo hacemos para luego poder hablar?
Es ahí cuando creo que una nueva rebelión debiera propulsarse por todos aquellos que saben escuchar. Sí, escuchar. Pero de verdad. No repetir lo que el otro dijo, sino escuchar comprendiendo, buscando interpretar lo que el otro quiere decir desde el contexto desde dónde viene, chequeando si realmente lo que se está diciendo va por ahí. Con humildad, con apertura, con flexibilidad, con honestidad, con humanidad. Creo que lograríamos avances muy distintos escuchando de verdad.
Gran parte de los problemas que veo tienen que ver con malos entendidos, con dejar una conversación en el aire, una diálogo sin terminar, una exposición de monológos que no se integran que no se encuentran, una “selfie” narrativa que no quiere respuesta, que no le interesa, que está ahí para ser expuesta y ojalá admirada. No…no sirve, no ayuda, no crea.
Quedamos en algo estático cuando no nos movilizamos e intencionamos también el ir de afuera hacia adentro, de internalizar lo que el otro nos quiere mostrar, de masticar un poco ese “chicle” prestado (suena un poco rancio, lo siento), de darle una vuelta al mundo al que otro nos quiere invitar.
Me encanta esa linda metáfora que se escucha en psicología clínica cada cierto tiempo, del ser un buen huésped con el mundo del otro y un amable anfitrión cuando alguien se acerca a nuestro mundo interior. Cuando estamos en un encuentro con los demás, necesitamos de ese equilibrio, nos nutrimos, aprendemos y mejoramos…requiere esfuerzo, claramente, pero es increíble cuán mejor puede ser el vinculo con los demás cuando lo intentamos, los invito a probar si no lo están haciendo.