Cuando existe un conflicto en una relación de pareja, tendemos a utilizar distintas estrategias para enfrentar este tipo de situaciones. Algunas de ellas son útiles y nos sirven para llegar a acuerdos, integrando las visiones de ambas personas.
En otros casos, existen mecanismos que quizás nos han ayudado en algún momento de la vida a salir adelante, pero que al momento de conciliar en una relación de pareja sólo podemos ver que ya no nos ayuda, que no es suficiente adoptar esa estrategia y que de hecho, el problema empeora. Una de estas formas de resolución de conflicto, suele ser la actitud defensiva que es una de las estrategias que peores resultados da: el conflicto se intensifica, el diálogo se cierra, y el problema escala.
Al asumir esta actitud, en general adoptamos una postura de pensar en nuestros propios argumentos y ponerlos en prioridad, perdiendo la perspectiva de lo que la otra persona nos quiere transmitir. Nos perdemos en la discusión, nos desgastamos en hacernos escuchar, la otra persona muchas veces también tiende a defenderse y nos frustramos sin lograr llegar a un acuerdo.
¿Por qué nos ponemos a la defensiva?
Muchas veces adoptamos esta postura porque cuando enfrentamos un problema con el otro sentimos que nos puede pasar a llevar, que no va a considerar nuestra visión, que no se pone en nuestro lugar y que dado eso, debemos velar por nosotros mismos a como dé lugar.
Esto suele darse cuando sentimos que el otro puede invalidar lo que sentimos y lo que pensamos, que en ocasiones va a asumir lo peor de nosotros y que no comprende por lo que estamos pasando.
¿Qué podemos hacer?
Muchas personas sienten que si se detienen en escuchar al otro y quizás validar lo que sienten, podrian terminar por dejarse de lado y peor aún, en una actitud de sometimiento y pasividad donde él otro es quien dicta las normas de la relación. Es como si se pensara que al escuchar al otro e intentar integrar su visión, debiéramos ceder de manera cegada dejándonnos totalmente de lado. Pero…¿tiene que ser realmente así?
A partir de esto, resulta vital poder preguntarse : ¿cómo concilio lo que a mi me pasa, con lo que la otra persona cree y siente? ¿Cómo trato de conciliar que pueden existir dos formas de ver un problema, que no tienen que ser necesariamente antagónicas?
Ahí es cuando, es necesario detenernos y reflexionar que no porque alguien dice algo distinto a nosotros y nos hace una solicitud contraria a nuestros ideales o forma de ser, quiere decir que debemos acceder sin más. Esto no es un juego de sometido y sometedor, esto es una relación donde necesitamos llegar a puntos intermedios, donde algo de la verdad del otro es necesaria de ser escuchada, y algo de la mía también.
Parte de lo que necesitamos hacer entonces, es empezar a pensar distinto en torno a la forma que escuchamos al otro.
Algunas ideas.
Para poder escuchar al otro de una manera distinta, necesitamos hacernos algunas preguntas cuando empezamos a tratar de resolver un conflicto.
La primera pregunta que es necesario hacerse es: ¿Qué me quiere decir la otra persona? En muchas ocasiones interpretamos rápidamente lo que la otra persona dice como un ataque, sin escuchar ni detenernos completamente en lo que dice. El poder deternos con calma, nos permite diferenciar entre escuchar del comprender. La idea es que intentemos comprender lo que el otro me quiere decir, considerando sus creencias y que lo que dice tiene que ver con su persona, no sólo conmigo.
Luego está el poder preguntarse: ¿qué le estará pasando al otro cuando me está hablando? Es difícil empatizar cuando no nos hemos detenido en cómo habrá sido el día del otro, cómo se sentirá en estos momentos, qué cosas le ayudan a esta persona a estar bien, qué otras la descomponen y la desregulan.
Todos somos distintos. A algunas personas el hecho de no haber dormido bien, francamente les afecta mucho, a otras el no haber comido. Y así hay muchos motivos que afectan mucho el cómo se encuentra el otro al momento de la discusión.
El conocimiento del otro no es algo que se hace una vez al comienzo de la relación, es un proceso constante de continua actualización ya que vamos cambiando todo el tiempo y con ello es necesario poder estar al tanto de lo que le va pasando al otro, como también a nosotros mismos.
El poder partir con algunas de estas preguntas es uno de los primeros pasos que necesitamos para empezar a reflexionar sobre cómo está siendo nuestra forma de escuchar al otro, y que al detenernos en este acto, necesitamos integrar que al considerar al otro podemos enriquecer nuestra relación y nosotros mismos.